
Curiosa la naturaleza del ser humano, que tiene la capacidad de emocionarse con las más variadas cosas de este mundo. A veces las cosas menos pensadas, o las más pequeñas, nos hacen sentir que determinado momento merece la pena ser vivido y eso es lo que pasó el sábado en el Camp Nou. No se ganó el partido, el enésimo bautizado como del siglo, se sufrió bastante...pero todo eso ya no importaba. El mejor instante no fue el tercer gol de Messi (ese fue el segundo), tampoco los anteriores goles...me quedo con el escalofrío que recorrió todo mi cuerpo, erizando el vello, al ver a 98.000 personas coreando un himno y dando forma a un gran mosaico con el escudo, el blaugrana y la senyera. Inexplicable sensación, irracional y probablemente absurda, pero de todos modos inexplicable. Hacia semanas, incluso meses, que nada conseguía transmitirme tanto, fue entonces cuando supe que pasara lo que pasara sobre el terreno de juego, esa noche ya valía la pena y se acababa de la mejor manera posible: sintiendo y emocionándome. A veces nos olvidamos que, precisamente, eso es lo más importante.
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